Siguiendo
con ese ligero repaso que le estamos dando al corazón en distintas situaciones,
hemos llegado a un aspecto fundamental del montañismo: la altitud a la que
ascendemos.
Cuanto
más alto estamos, menor presión atmosférica soportamos, porque reducimos el
espesor de la capa de gases que rodea al planeta y está sobre nosotros.
Por
ejemplo: en el Aneto soportaremos 3.404 metros menos de atmósfera “sobre
nuestras cabezas”.
Y al
disminuir la presión atmosférica, también lo hacen las presiones de cada uno de
los gases presentes.
Nos
afecta especialmente la presión del oxígeno, porque lo necesita cada una de
nuestras células para vivir.
Entonces,
como a mayor altitud nos cuesta más conseguir la misma cantidad de oxígeno, el
cuerpo reacciona respirando más litros cada minuto, y el corazón se adapta
latiendo más rápido, para compensar la menor disponibilidad de ese gas
imprescindible.
¿Cuánto
más rápido late, por ejemplo, a unos 7.000 metros?
Durante
la expedición Bizkaia Medio Ambiente Everest 97 grabamos las frecuencias
cardiacas de los expedicionarios durante la aproximación a los distintos campos
de altura, y también participó en el estudio la alpinista francesa Yannick
Navarro.
La
gráfica que añadimos corresponde a su esfuerzo entre el Campo 2, a unos 6.400
metros, y el C-3, a 7.000, y podemos apreciar que, cuando llegó a esa altitud y
pudo descansar durante algo más de una hora, su corazón latía en torno a las
120 pulsaciones por minuto, cuando a nivel del mar y con su excelente preparación,
no llegaba a 60.
Como
veréis, también la altitud pone a prueba nuestro corazón.
Por
cierto: la foto del Campo Base la hizo Santiago Yaniz.